Sale el sol cuando a la calle sales,
que poco importa nieve o diluvie,
que arrecie el viento o se calle,
nada importa si tú apareces,
vestida como vas de luz y azabache.

Niña eres cuanto mujer,
te miran todos verte crecer,
como si milagro fuera tu despertar,
los mil colores que adornan tu cara,
todos ellos de luz y miel.

Son eso tus ojos,
tu boca un clavel,
una rosa y cien clavellinas,
el mítico baile,
con el que se adorna ufano el vergel.

Sueño despierto,
mientras te miro,
guardo silencio,
que soy el payaso,
que perdió la risa,
viéndote alegre, convertirte en mujer.

A hurtadillas te veo,
desde mi ventana,
cuando a pasear sales,
con los colores del despertar.

Desde entonces,
yo ya no lloro,
me digo que para qué,
pensar en ti,
estando él.

Ya en la escalera, ya no te espero,
subo solo, con mi sombrero,
con la punta del pañuelo,
borro una lágrima,
que furtiva surcaba toda mi cara.

Tampoco te dije adiós,
no te fueras a reír,
cuando de risa me llamaste,
confundiéndome con una fiera,
con el rugido de un gran león.

Cerré entonces mis recuerdos,
mientras solo me restauro,
como la cola del lagarto,
como las nubes en lo alto,
estas son las alucinaciones que me acompañaran,
estas y otras,
en pos de tan triste destino.

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