Cuando desoíste mis pequeñas súplicas,
al romper con la blancura total mis sueños,
desgarrando las cien túnicas del alma,
al desposeerme de lo que creí siempre mío.

¡Señor!, ¿estás aquí?

Cuando dejaste de ser bello en el sol,
poniendo nubes en mis sombras,
al sentir desgajado mi espíritu del cuerpo,
dejando la mirada en el silencio.

¡Señor!, ¿estás ahí?

Cuando perdiste mi voz en mis manos,
por tener desacuerdo en la conciencia,
igual que hilos que se juntan y rompen,
después de haber formado espigas amargas.

¡Señor!, ¿estás aquí?

Cuando dejaste morir toda la sed,
derramada en la entraña,
seca por el fuego y el camino,
como hubo de recorrer hasta Tú mirada.

¡Señor!, ¿estás ahí?

Cuando se quedaron las nubes sin agua,
y la Tierra sin un solo fruto,
el aire pasaba sin murmullo alguno,
frescor que llevarse siquiera a los labios.

¡Señor!, ¿estás aquí?

Cuando sabias de mis amargas indecisiones,
lucha con la luz que me engañaba,
estrella falsa,
porque estaba cerca y aparecía lejana.

¡Señor!, Tú estabas conmigo

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