Irradiaban luz,
eran hogueras en la noche,
luz de luna,
fuego incandescente.

A través de ellos,
el amor no se apaga,
mantenía la llama,
acariciaban el alma.

Yo los conocí,
cuando levantaba el alba,
en aquel viaje, recuerdas,
el que se prolonga,
en los días que pasan,
mientras envejecen,
bellos sin perder el brillo,
que son dos luces de Pascua.

Sí, dos eternos ascuas,
donde me cobijo,
allí donde el tiempo se para,
mientras despacio camino,
en el Paraíso,
donde anclé mi barca.

Si perdiera tus ojos,
ciego me quedara,
pues con ellos veo,
el tiempo que pasa,
la vida que tengo,
la felicidad que ata,
porque todo lo hiciste,
con la música que suena,
y que exhala tu mirada.

En ella me dices,
lo que no te callas,
de ahí mi sonrisa,
que traspasando los sentidos,
se aloja en la profundidad del alma.

Aprendí la sonrisa,
risa sin habla,
que con los ojos dictas, sin que para ello,
emplees la palabras,
son los silencios,
preñados, sin lágrimas,
los que llegan hasta mi,
y aclaran lo que dentro llevo,
la felicidad que me embarga.

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