Desamparada por el vino, que hasta entonces nunca había probado, María de las Virtudes, junto con los amigos que la acompañaron, se corrió una juerga tan monumental que, cuantos a distancia contemplaron el espectáculo dijeron que “tras el desmadre, muñecos rotos, quedaron todos ellos exhaustos y deshilvanados”.

Sin embargo, una vez recuperada la sobriedad, María de las Mercedes, (no hay confusión en el nombre, pues así la denominaron en adelante cuantos acudieron a aquella bacanal) lloró, hasta el último día de su existencia, los pormenores de tan imponente francachela.

La culpa de no haber podido recuperar su estabilidad emocional la tuvo, según el psiquiatra que la trató, (una eminencia sin duda en el campo del recóndito saber del lado oscuro del cerebro humano) la estricta educación moral recibida de sus espartanos educadores, frente a la educación liberal que de golpe recibió en la calle.

De aquí que, ahora sepa que las buenas costumbres en la educación espartana y la moral en la educación liberal, aunque parezcan iguales, Virtudes y Mercedes son cosas distintas y bien diferentes, sin que quepa la posibilidad de mezclarlas, so pena de sacar de ellas el ungüento mágico o el bálsamo de Fierabrás.

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