Una paloma, un gorrión y un cuervo. El primero de los pájaros mirando al segundo le dice:
– Tienes la cara de pito y todo tú estás esmirriado. De dar una patada a la rama donde te posas, a buen seguro que no pararías hasta dar con tus plumas en el suelo.
El gorrión, displicente, al tiempo que se vuelve dándole la espalda, le contesta:
– Será el tío gilipollas.
La paloma, que le ha escuchado, como no tiene muchas ganas de gresca, se hace la longuis. Sin embargo el cuervo, que está en una rama superior, le llama la atención diciéndola:
– Poco pico para tamaño insulto. Tu carácter melifluo hermana se ha vuelto a poner de manifiesto. Por más que hayáis dado pasaporte a las urracas, que las habéis aventado de lo que era su territorio, aunque algunas arriesgadas quedan aún y no se dan por vencidas. Sin embargo, con los gorriones, cuatro o cinco veces más pequeños que las urracas, os ablandáis como si de mantequilla estuvierais hechos. Algo de lo mismo está ocurriendo aquí, en el reino de los ápteros, están siendo invadidos por iguales y terminarán expulsados, si es que antes no se derrumba el edificio del mundo.
– No he querido contestarle –responde la paloma- porque al cabo no lo considero enemigo que me pueda preocupar. Por otro lado, no es tanto el condumio que me quita y si tal ocurriera, lo tengo visto, al primer picotazo lo dejo grogui.
El gorrión, en la rama más baja del pino, mirando a tierra por si alguno de los niños que allí juegan se le cae una miga de pan u otra cualquier migaja que le alivie la necesidad, sonríe escuchándoles, al tiempo que tuerce el pico diciéndose en un susurro:
– Despreciar a alguien por su volumen es cuanto menos de ineptos que es lo que son, tanto la paloma como el negro cuervo. Los dos en franca regresión, el primero por ocupar de forma violenta el sitio de los ápteros y el segundo por su mala cabeza. La fuerza se les escapa por el pico, pues más que zurear el primero y graznar el segundo, hinchan orgullosos e ignorantes sus verdaderas debilidades.
Mientras, el cuervo sigue perorando con la paloma. La dice:
– Si se deja un insulto sin contestar se está propiciando el terreno para que el siguiente sea mayor. Por otro lado, perdonar es de débiles, enfrentarse con fuerza es de valientes.
El gorrión levanta la cabeza y contesta al cuervo:
– De ahí que vosotros, que tan solo hace unos años atrás erais multitud estáis diezmados y en franco retroceso. Evitar el peligro, hermano, nos hace inmunes y nos perpetua en el tiempo. Mirad, si no me creéis lo que ocurre en el mundo de los humanos de ahí abajo. La inteligencia, cuando no prima sobre todo los demás intereses, les lleva al caos.
La paloma, convencida zurea dándole la razón, por el contrario, el cuervo, grazna molesto al ver despreciada su tesis, su punto de vista, por ello responde rotundo:
– También de los ápteros he aprendido que más vale un instante de honra que cien años en busca de ella. O algo así, que tampoco estoy del todo convencido de lo que han querido decir.
– Mal entendiste, sin duda. La honra, que fue referida a los barcos con o sin, no a la duración de ella –aclaró la paloma ilustrada.
El gorrión, que dice estar más cerca de los humanos y respetar a este en cuanto se honra a si mismo, que es la forma de hacerlo con los demás, asegura que, al igual que las urracas, prácticamente expulsadas de lo que fuera su territorio por la constancia y seriedad de las palomas, así el hombre, por su impericia, su desdén y su falta de honradez demostrada a lo largo de los años, siempre coronada por su egoísmo sin límites, nos está conduciendo a todos, pues del hábitat de todos se trata, a nuestra desaparición, no en vano en su inconsciencia destruye la Tierra.
La paloma y el cuervo que nada de esta salida del gorrión esperaban, al unísono miraron para la rama más baja, allí desde donde piaba el pequeño pardal y con las cabezas asintieron, no en vano sabían que, era este pájaro el único que voluntariamente cohabitaba con el hombre, al haber vencido su natural miedo y haberse aprovechado de su tamaño, de su pequeñez para no infundirle temor, ni recibir de él consideración alguna.
Durante de la Peña, un filosofo entrado en años, deshabitado de miedos inmediatos y clarividente de futuros, mirando desde su balcón al pino donde platicaban los tres pájaros se decía, sin mucho entender los arcanos de sus pío-píos, zureos y graznidos, aunque advertía, en el ritmo de sus intervenciones, el diálogo a tres ramas, que bien podrían estar arreglando el mundo, ese que con tanta aceleración y voluntad trataban de llevar al caos el ser humano.
– ¡Ay, hermanos! – les dijo sin dejar de mirarlos- si ustedes supieran que no hay futuro, cesarían en sus trinos, en sus bellos cánticos y volarían sin descanso para perderse en la inmensidad del cielo, en busca de nuevos mundos en los que tranquilos habitar

Comments by José Luis Martín