Ayer, hoy y mañana: la primavera

 

Me reconcome cualquier imperfección, he de confesar,

que tanto me da la mañana, como la tarde o la misma noche,

porque confortablemente sentado en el sillón del porche,

confundido contemplo el sol, la luna y el carrusel de nubes pasar.

 

Me admiro y pienso,

y no dejo de meditar,

de quién es el milagro,

para un Universo crear.

 

No, no puedo ser agnóstico,

que sería pecado mortal,

que quiero ser creyente,

para llegar a ser inmortal.

 

Ya sé que apenas si soy menuda brisa,

cuando alegre me llega el despertar,

apenas triste suspiro a la hora de acostar,

aunque ello en modo alguno me impide,

sentirme hombre ligero y marcial.

 

No resumo así mi vida,

la leyenda está por contar,

que tan solo empecé la historia,

aunque poco más me queda por narrar.

 

Señor, aunque usted no lo crea, es igual,

somos hermanos nacidos en el lodazal del vergel,

¿por la gracia y milagro de quien? ya nos lo dirán,

por más que hubiera preferido solazarme,

junto a las ramas donde crecen las rosas y el clavel.

 

Cuan difícil resulta saber del ayer perdido,

complicado se hace el dudar y no creer,

pues teniendo aún postrero el futuro lejano,

por muy cerca que tengamos el hoy fenecido.

 

Está mi cuerpo entero condenado y fundido,

en la gélida parrilla del olvido,

lo que nos hace al fin creer altaneros,

en las hojas contadas de la vida,

que el hoy y el ayer, serán días postreros.

 

Soy pues único, animoso y caballero,

miro entonces el cielo y me deslumbro,

porque sé, que allí, en la inmensidad me espera,

la parte infinita del jardín en primavera.

 

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