Con 83 años reciben cumplidos, doña Fulgerina Tobayba apretó el botón de bajada del ascensor con la intención de pararse en el piso 17.

Años atrás, esta mujer había tenido un sueño que ella misma calificó de esplendoroso. En él, un ángel vestido de inocencia la había anunciado que, llegando a la edad referida, podría regresar a los años que ella considerara habían sido los más felices de su vida. Tan sólo, la dijo, tendría que subir al piso 83, pulsar el botón e ir descendiendo hasta restar, por cada piso, un año.

En esta hora, llegada la fecha que le había predicho el ángel, emprendió el viaje que había de dejarla en los años más felices, en aquellos que cumplió los 17.

Aún considerando la velocidad del descenso, a doña Fulgerina le dio tiempo para desgranar los años vividos. Sus alegrías, algunas salpicaduras de penas, sus viajes, todos de grácil recuerdo pues en ellos, llegó a conocer a los dos hombres que después serían sus maridos.

Tuvo tiempo de reír, de alegrarse y también de enjugar una lágrima que, escapada sin querer, le cruza de arriba abajo la cara hasta perderse por la comisura de sus arrugados labios.

Al fin se acercaba al piso deseado, su año más feliz, en el que conoció a su gran amor. Aquel que no supo retener, sino en la memoria, por inexperiencia, aquel que recordó toda su vida.

Sintió entonces el estrépito del ascensor cuando al frenar en seco, porque todo su cuerpo, de forma tan milagrosa vuelto a su juventud, se estremeció de placer por entero.

* * *

Don Sisenando, el doctor de cabecera, mirando al hijo de doña Fulgerina, asintió con la cabeza a la pregunta que le hacían sin palabras. Los dos hombres, de pie, al uno y al otro lado de la cama, la vieron partir con una sonrisa en la cara y un levísimo movimiento como si bien hubiera querido ser una despedida.

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