Doña Visitación Valeriana de Todas las Anunciaciones y Santos de Guardar habla largo y tendido con su perro. Bueno, eso al menos dice ella a quienes tienen la paciencia suficiente de escucharla.

Desde su más tierna edad, que lo trajo a su casa de días si no de horas, lo cuida, le mima, le mece y le saca a paseo en todo momento y lugar y le habla y le dice y le aconseja y le previene contra el mundo y sus maledicencias. Es, enteramente, su hijo del alma.

Doña le ha bautizado con el nombre de Dino y de esta manera le llama y el perro le mira y le ladra y si no le sonríe es porque es gesto éste que todavía no ha aprendido y está en que lo alcanza. Dino es un caniche de retorcida labia, de buenas maneras y caricias sin tino y halagos sin tacha, así de ufana lo dice ella, cuando afirma que le habla, que le cuenta y la dice y en todo momento escucha, del ama, las floridas cosas con que le apoda y le llama.

Le enseñó los palotes, en su más tierna infancia, junto con las primeras letras, las cuentas y las artimañas, para que no fuera un perro, sin carné y sin nada. Es por eso que dice que ladra y también recita en tres idiomas y más porque no le da la gana, que es un cachorro fiel y con ardides y con mucha retórica y palabra.
Las enseñanzas fraguaron en Dino por la mañana, en la tarde y en la noche y también de madrugada. Es un perro este perro sabio, se harta de decir su ama, sin que ello le procure empacho alguno y tanto es que se repite, que hasta los periódicos de él hablan, párrafos floridos y versos que claman, por educaciones varias, sin por ello mirar, el árbol del cual se desgajó tamaña la rama.

Caso insólito, allí donde se cuenta la historia, extraña, el tesoro que atesora, doña Visitación del alma. Sorpresas por doquier produce, este Dino del que se habla, más cuando la gente se entera, que es un perro quien les platica sobre los acontecimientos, desarma. Que sisea cuando ladra es un hecho palmario y más que ladrar canta, lo dice de esta manera la dama, que es ya comidilla del mundo, en las tierras varias, hasta en las televisiones más cautas declama.

Va a cumplir veinte años, este Dino que acaudala sapiencias y gracias para regalarlas, que hasta a mi me ha convencido, cuando le escuché con calma y sin tino. Veinte años son muchos años, para un perro que se precie como éste, más con la Doña del alma que no para de decirle lindezas como si de su hijo se tratara. Ya sus narices fenecen, ya sus patas no arrancan, que oler no huele una y sus zancas, tímidas y medio lelas, apenas si anda. Tres pasos seguidos y busca refugio, en la halda de su dama, esta misteriosa mujer que le infundió milagrosamente el habla.

Y tras este milagro del habla, cierto día vinieron, un ciento de reporteros para verificar la hazaña. Allí fue Troya, catacumbas de Roma, a Dino le preguntaron por su ama y el perro les respondió, sin alterársele el habla, pues hacia ella miró y con el hocico apuntó, más no pronunció palabra, que era ella, su ama, el pecho donde su cabeza reposaba, el regazo donde ya descansaba. Su dueña alegó entonces, tratando de dispensarle, el porqué reacio a comentar callaba, que era tímido el can faldero, por mucho que lenguas parlara y el rabo en aquella ocasión guardara.

Los reporteros no escucharon las últimas postreras palabra que las tradujo Doña Visitación, un instante antes de que expirara. Pensaron en burla, en ironías sin tasa, chanzas y zumbas, pues sin merecerlo, al perro aquel le engalanan:

Y dijo ella que dijo Dino en su postrera oración, aquella que le salía enteramente del alma:

“No, no hablaré, que no quiero ser yo, un pecado más que juntar a los diez conocidos, pues no quiero romper el ritmo de un mundo, donde solo saben hablar los hombres y los loros, con permiso de las damas”.

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