Mueves el mundo,
y del árbol ni nueces ni naranjas caen,
solo como la una la soledad,
escondida entre sus ramas,
esta debe ser la pura verdad.

Son los caminos desiertos,
faltos de agua de la que placer,
mientras que en el mar se ahogan,
barcos sin rumbo que llegan,
al amparo de nadie sabe quien.

Ya las nubes del cielo se marchan,
buscando nuevos lienzo donde dibujar la farsa,
esa que dicen se expone,
aquellos que miran dormidos con ojos despiertos,
en las noches estrelladas de agosto,
allí donde es seguro que andan,
los pobres que juntos, van perdidos y yertos.

Ayer salió el sol,
después de un año en tinieblas,
ya se le echaba de menos,
como si de la familia fuera,
o fuera de la familia andará.

La soledad es un estado de la materia,
se compra y se vende en mil esquinas,
solo hay que ir al mercado inagotable,
y decirle al tendero que despacha clavellinas,
“quiero kilo y medio de esas rosas, no más,
de las que despacha y vende al respetable”.

Así se quedó la ciudad vacía,
todos se fueron corriendo,
parece que cantaba un hombre sin acento,
sin palabras que era mudo,
cien canciones contra el viento.

Me duele la distancia con el mundo,
la extensión inabarcable del Universo,
no poder pasear con él del brazo,
por culpa, dicen los poetas,
del perverso desinterés de un espíritu adverso.

En definitiva todo es culpa del vacío,
de lo hondo que queda este,
el precipicio que anega,
la misma sinrazón del existir.

Es por eso que yo creo,
que el orbe al fin se cierra,
al igual que las compuertas,
de la cárcel que creamos,
cuando solo no quedamos,
sin el amparo de Dios.

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