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Salustiano García de Peñagrande vio la luz debajo de la primera arcada del puente que, sobre el río Tajo, han construido a su paso por Talavera de la Reina. Salus duró, debajo del puente referido diez años. Ni uno más ni uno menos. A esta edad tomó el hato y no se le ha vuelto a ver por Toledo ni por sus alrededores.
– ¿Sabía usted que a esta edad temprana ya le habían salvado de las aguas treinta y dos veces?
– Pues mire, no. Es un dato que sin duda redondea sus inquietudes incipientes.
De buena mañana, un día apenas reseñado, se enganchó a la trasera del camión de un circo y se marchó a ver mundos. Por tan variados caminos se fue haciendo un hombre, imponiéndose en los rudimentos del oficio de saltimbanqui. Así aprendió a echar de comer a los animales, a barrer la pista, una y otra vez hasta la extenuación, a bruñir las anillas y el trapecio, a enjaretar las sillas desportilladas, y a otras muchas artesanías prolijas de enumerar.
Una noche, tras el arqueo ruinoso de la última sesión, le pusieron en la calle. Dos billetes de cien euros y un saco de libros por toda indemnización sacó de la experiencia, además de añadírsele quince años más al talego de la vida y un gran conocimiento de la vida circense. Salus, en la calle, se comió las doscientos euros en un decir amén, que era mucho estirar la necesidad. Al tercer día de gazuza se empleó en una tienda de electrodomésticos y como el saco de libros le pesaba y de poco le servía, que nunca había hecho nada por acercárseles, con cada cachivache vendido regalaba un libro.
– Si, señora, ha oído usted bien. Una compra, un volumen y de la cuantía de lo adquirido habla el mayor o menor número de páginas. A mayor cantidad le corresponde volumen más grueso y Santas Pascuas, que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Y entre tales latiguillos de Pascuas y Pedros, percatándose de las grandes posibilidades que tenía la venta ambulante se independizó y puso tienda itinerante. Por la compra de una cafetera exprés regalaba un Quijote ilustrado y por un juego de mantas zamoranas, el antepenúltimo del Planeta. Elevado un peldaño en la escala social, que sabía don Salustio complacer a su clientela, subieron sus recursos monetarios y con ellos el tiempo y la molicie. Así, un buen día, cansado se paró en medio de la nada y se puso a leer, cosa por demás insólita, uno de los libros. Y aquí fue Troya. Desde aquel momento, la mula torda guiaba sola el carromato y por aquí iba y por allí tropezaba, siempre en traqueteante abandono, que el dueño y señor iba enfrascado en la lectura que acababa de descubrir.
Tal fue el hallazgo y el asombro que recibió que, en los feriales de aquellos días y días sucesivos, al regalar el libro con la porcelana fina que comerciaba sufría tal disgusto que hasta en el rictus de la cara se le notaba, dándoles siempre de mala gana como si se desprendiera de un amigo.
En tales asuntos y cometidos, recorriendo mitad y cuarto de la península, se lo pasó don Salustiano sin enterarse. Ya no hubo otra cosa que la lectura, borrando de sí los bellos paisajes en los que tanto se complacía, olvidándose de los hielos del invierno y de los calores tórridos del verano. En estas abstracciones subió y bajó, fue y vino e hizo tanto dinero por la venta de sartenes con tapadera que, bajándose un día del carromato, sin premeditación alguna exclamó:
– Hasta aquí hemos llegado. Ni un paso más en la vida que he dejado de ser peonzo y quiero convertirme en persona de provecho.
Y en aquel mismo lugar, Coscojal de los Desamparados, fundó la casa matriz de lo que suponía iba a ser un gran emporio.
* * *
– Benitín, hijo, acércame el glosario de términos políticos que me hallo inmerso en la lectura provechosa por la que se aprende a gobernar un país – pidió don Salustiano a uno de los dependientes, dándole grandes voces al muchacho, que se encontraba al otro lado del mostrador de la tienda.
– Voy don Salus, en cuanto envuelva al cliente su compra.
En este punto comenzó la tragedia. Tanto le dio don Salus a los libros de la política y de tal manera le empacharon el cerebro que, sin encomendarse a nadie y menos al sentido común, salió un día al ágora del pueblo y allí, dirigiéndose a sus convecinos les explicó primero el arte que acababa de aprender y después les sermoneó para que aceptaran su ideal de vida o se dispusieran a recibir la nueva ideología que acababa de inventar.
– ¿No irá contra la iglesia instituida?, que bastante tenemos ya con don Evodio – preguntó Silbato Gerundio Pozas.
– Dios me libre, Gerundio, hermano. Pero, como la Iglesia, crearemos un mundo nuevo para este municipio de Coscojal de los Desamparados. Para ello dejaremos de ser los olvidados, recordándonos, los unos a los otros, que somos únicos e irremplazables.
Cada jueves al mediodía y cada sábado y domingo antes o después de la siesta, el tendero explicaba a los del lugar la importancia de los “istmos” en política y así, habiendo empezado con el caciquismo, había continuado por el pacifismo, el neutralismo, pasando, -después de dejar atrás al belicismo- a los extremismos, al terrorismo, al autonomismo, los nacionalismos, encontrándose en estos momentos imbuido en el federalismo como antesala natural del separatismo.
La lectura diaria de los periódicos, donde todas y cada una de estas palabras salían con frecuencia a relucir le exaltaban tanto, como le habían complacido sus estudios en los libros. Posiblemente, a resultas de tal apasionamiento fue radicalizando sus ansias y de enseñar pasó a poner en práctica sus ideas.
– Si una parte de España quiere su autonomía como antesala de la independencia, nosotros, por no ser menos, – explicaba a cuantos le quisieran escuchar – huérfanos de tapujos, pedimos la inmediata emancipación de Coscojal de los Desamparados.
La mayor parte de las gentes criticaban el oportunismo de don Salustiano, la salida de tono y la intemperancia cerebral del sujeto. Y otras gentes, porque se apuntaban al carro que podría remediar sus necesidades, alababan sus ideas y al ostentoso grito de ¡basta!, se apresuraban a proclamar el estado soberano de Coscojal, ya sin apéndice humillante que dervirtua el rotundo y redondo nombre.
“Por un Coscojal libre” – gritaban los reunidos, más de veinte de los ciudadanos más influyentes y vociferantes, puesto que sus actividades últimas les habían sacado del anonimato ancestral. Mientras, don Salus se mostraba arrogante y hacia frente a la jerarquía, galleando y dando ultimátum sin cuento, “porque el poder, – decía – caerá en mis manos como fruto maduro”.
A don Salustiano, el caos producido por la lectura sin tasa y sin orden, hizo que, las fuerzas vivas, cansadas de sus locuras e impertinencias, delegaran en las otras sanitarias y éstas, a la vista de obsesión tan perniciosa, le encerraran de por vida en un sanatorio psiquiátrico.
Mas la locura, contra lo que se pueda pensar, no terminó aquí, el germen estaba echado y sus seguidores, ahora ya legión, se apresuraron a ensalzar y hasta publicaron en un libro-folleto, la recopilación de los pasajes más interesantes del iluminado, recogiendo en sus páginas el conjunto de sus enseñanzas.
Las autoridades, una vez más, no tomaron el hecho en consideración. Por el contrario, se rieron de los despropósitos vertidos en el panfleto, no creyendo necesario su extinción en la hoguera purificadora donde se quema por igual la cizaña y los radicalismos.
Algunos años después, cuando don Salustiano García de Peñagrande, el orate, había pasado a mejor vida, los seguidores se contaban por un ciento. Poco menos de la mitad de los habitantes del pueblo. Estos, reunidos en la explanada del Ayuntamiento, pidieron solemnemente la autodeterminación para Coscojal. La manifestación, para befa y escarnio de las autoridades condescendientes, iba encabezada por las jerarquías actuales, sin duda sabedoras del empuje tremendo de las corrientes en boga.

Comments by José Luis Martín