En esta existencia nuestra,
en esta hiriente tierra,
queda mi pecho tan seco
que envidio la humedad de la piedra.
No, no estoy cansado, ¿por qué?
¿acaso el sudor empaña mis sienes?
Tengo, sí, pereza en las fuerzas,
lleno estoy de un no se que me embarga,
un no se que me envenena,
aplanando lánguida la conciencia.
Por todo me rindo,
por esto me venzo,
aquí la derrota infinita,
allá la pena más negra.
Y esto que cruel conmueve
y al alma dejan maltrecha,
heridas son de cuchillos,
filos que rajan con fuerza,
hienden sus hojas de sierra,
para que todo perezca.
Mis dedos, mujer, que toman la pluma,
con la que tú nombre escribo,
muestran la piel descubierta,
como si de escarcha fuera,
para que la palabra nazca yerta.
Recojo cuartillas y folios,
el memorando de hiedra,
y en un arrebato de orgullo,
desde el balcón de la soberbia,
al aire las precipito,
para su volar de mariposas muertas.

Comments by José Luis Martín