Fue accidente inesperado,
que era por demás joven e ilustrado,
que sabía ladrar en tres idiomas,
sin nunca mirar al pentagrama,
que así era de sabio el perro,
el que murió al lado de su ama.
Fue accidente,
nunca esperado,
es por ello que,
aquella mujer,
transida llora,
con el corazón viejo desgarrado.
Sin él, su chucho fiel,
sin sus tiernos ladridos,
sola se queda,
que los muchos años,
la han dejado sorda y casi ciega.
Son los diezmos y primicias que guarda,
en el cajón de la cómoda,
donde reposa la juventud perdida,
la que más ahora echa en falta,
cuando su amado astuto se ha ido.
Nadie ya encuentra para conversar,
pocos son los segundos que la escuchan,
que era su can muerto,
quien siempre la escuchaba.
Todo el tiempo del mundo,
aquel cachorro la regalaba,
hasta que viejo se hizo,
para no ver el coche que le atropellaba.
Llora con desconsuelo,
que es tanto de lo que de él se acuerda,
que a la misma gloria implora,
para verse en el otro mundo,
la eternidad que en sus rezos añora.
Eran sus recordados ladridos,
trozos desgastados de un trueno,
el que la removía el alma,
para seguir unos segundos más viviendo.
Del mismo espacio llegaron los cánticos,
gloria traían y aullar de perros,
que bien se conjugaban,
con las oraciones de la dama,
elevadas al cielo.
Lloraba sí compungida,
aquella vieja mujer,
en do mayor lo hacia,
mientras entonaba canciones,
que de su boca salían,
en do menor, que apenas se la oía.
Y así, una y otra vez,
hacía volver a su tuso faldero,
su perro adorado,
en las nubes del firmamento,
donde su pensamiento le había enterrado,
que también los chuchos fieles,
se merecen la ventura que se ganaron,
a través de sus encantos,
tantas veces en sus vidas demostraron.

Comments by José Luis Martín