En la losa de mármol,
donde escrito está mi nombre,
pon claveles en la tarde,
pues quiero saber, por su olor,
si traspasó el dolor,
los humores y tu sangre.

Estas fueron las palabras que leyó,
Georgina en una carta,
cuando de súbito su marido se marchó,
sin hacer ningún alarde,
que todo se resumió,
en la amargura de un cobarde.

¡Ay Señor! Cómo está el mundo,
se repite la mujer,
desoyendo la importancia,
de la carta de anteayer.

No obstante la Georgina,
aconsejada por el querido,
para ridiculizar al muerto,
le canta por lo bajito:

“Si yo te echara de menos,
ahora que con viento fresco te has ido,
nunca le contara yo,
al público que ha venido,
pues deseosos están de ver,
la tragedia sucedida,
en tres actos acaecida.

El primero por celoso,
el segundo por largón,
que a la postre eras más vago,
que los lagartos al sol.

Y por último el tercero,
en no saber sobrellevar,
la cruz con la que te cargué,
y buscando estuviste,
al cirineo que se alquilara,
cuando cambiaste de parecer.

Que todo hay que contarlo,
para que no haya malos entendidos,
pues la culpa es ya de todos,
cuando nos acercamos al nicho”

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